Creí en él y sus palabras huecas, creí en sus besos y
miradas vacías. Quise creer en él y su falsa sinceridad. Y ahí con todas esas
creencias se fue mi dignidad, se fue mi felicidad y cada una de las lágrimas
que por él derrame.
Y me lastimó quizás como nadie más lo hizo. Jugó con mis
sentimientos, los estrujó y los hizo pedazos, pedazos sangrantes de un amor
olvidado y menospreciado.
Dolió, duele y tal vez duela mucho tiempo más sin tener la
seguridad de cuánto. Y lo odio, odio saber que en el fondo de mi ser aún queda
un rastro de esperanza pendeja que quiere creer y lograr lo que en todo este
tiempo no he podido lograr.
Tal vez soy muy estúpida, tal vez mi vida no valga nada, tal
vez mi amor es muy miserable y por eso es menospreciado como a la basura.
Odio, lo odio a él con todo el amor que le tengo, tan grande
e incinerante que duele tenerlo aquí adentro de mi corazón que se agita al
verle, de mi mente que lo mantiene en mis pensamientos sin permiso, de mis
pulmones que se quedan sin aire cuando sienten su desprecio. Me duele el cuerpo
al ya no sentir más sus frías caricias invitándome un poco a pecar.
No sé cómo sacarlo de mi mente, mucho menos de esa parte de mí
ser que me hace amarlo y necesitarlo de esa manera estúpida. Soy tan mierda,
tan tonta, tan mísera.
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