Cuando era pequeña lo que más quería era poder crecer, así
como tú o ella lo deseaban, así como él y aquella. Pero hoy cuando vivo todo
esto que es mi vida, me doy cuenta de lo inocentes que son los niños, allí
mientras juegan entre la tierra, cuando lloran al caer y duelen los raspones en
los codos y rodillas.
Cuando era pequeña aun así vi el dolor reflejado en los ojos
de muchas personas, de mi madre, de mis tías y demás personas que por la calle
observaba, creía que tal vez se habían caído como yo, pero por más que busque
las raspaduras en su cuerpo jamás las halle.
Y es que en ese entonces yo no sabía que las raspaduras y
moretones ya no eran visibles a los ojos de los demás, aquellas marcas ya iban impregnadas
en sus corazones, en sus entrañas. Fue horrible darme cuenta de eso, porque
para saberlo tuve que vivirlo.
Entonces estas marcas y
dolores duelen más que un golpe, que un regaño de mi mamá.
Duelen en el alma como las
inyecciones cuando enfermaba, pero como si fueran mil en el mismo lugar, no en
un brazo o un glúteo, sino en el corazón, en este que de a poquito va sufriendo
entre mentiras, decepciones, desamores, muerte y engaños.
Nunca nadie te prepara para
los dolores del alma, nadie te dice que habrá un día en que el corazón duela más
que una muela picada, que tus ojos derramaran más lágrimas que cuando ibas con
tu mamá al doctor por una vacuna.
Extraño esos días en los que
mi única preocupación era la de acabar la tarea a tiempo para ver mi programa
favorito.
Nadie te prepara para los
dolores de la vida, del corazón y del alma.
Y es que yo sé que en la
vida no todo se trata de dolor y sufrimientos, que habrá momentos en que
daremos gracias por la oportunidad de vivir y ser feliz, si lo sé, en algún
punto de mi vida yo también lo he gozado.
Pero sabes, hoy cuando
escribo estas letras, estas palabras, estos párrafos sin sentido, no soy feliz,
poco falta para que mis lágrimas caigan de mis ojos, poco falta para que la ira
me conduzca a golpear las paredes, no te imaginas cuantas son las ganas de
desgarrar mi carne, de dormir y no despertar.
Y no, no es una queja, no es
que me haga la sufrida, es tan solo la necesidad de decirte que hoy cuando
estoy sola necesito de ti, de él y de ella. De su calor en mi cuerpo, de esos
abrazos que hoy extraño. De las risas, de las comidas, de las fiestas, los
dulces y hasta los payasos aunque los odio.
Te extraño mucho, a ti que
le diste sentido a los primeros años de mi vida.
La extraño a ella que me
engendro y me dio la oportunidad de extrañarte a ti, a él y a ella.
Lo necesito a él, que hoy no
está conmigo y no sé si vuelva a ver.
Extraño esos momentos de mi
vida en los que las risas eran tantas que me dolía la panza.
Extraño con desespero esa
fuerza que antes tenía y no me dejaba caer. Me extraño a mí, a esas ganas que
tenia de no caer, de ya no llorar, de soportar todas y cada una de las cosas
que hoy pasan en mi vida.
Y sé que tal vez no me
entiendas, que tal vez rodaras los ojos cuando me leas, que quizá una risa
sarcástica salga de tus labios. Pero no importa porque mi fin no es hacer que
tu o ella, o el entiendan. No, tan solo quería sacar esto de mi pecho en la
única forma que hoy puedo.
Escribiendo…
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